Hoy, la Iglesia se propone la contemplación de las palabras proféticas de Isaías que se refieren al Precursor del Señor, Juan Bautista, el cual se dio a conocer en el río Jordán anunciando la salvación de Dios. Él tenía la misión de abrir rutas, aplanar caminos, allanar montañas, convertir los terrenos escabrosos en valles frondosos (cf. Lc 3,4-5). También ahora a los cristianos se nos pide —sin ningún miedo al mundo actual— trabajar apostólicamente para que todos puedan vislumbrar la salvación (cf. Lc 3,6) que sólo viene de Dios por Jesucristo.
Tenemos muchas hondonadas para rellenar, muchos caminos para allanar, muchas montañas para trasladar. Quizá son tiempos difíciles, pero no nos faltarán los medios si contamos con la gracia de Dios. Seremos precursores en la medida en que vivamos cerca del Señor y entonces se cumplirán aquellas palabras de la Carta a Diogneto: «Lo que es el alma para el cuerpo, así son los cristianos dentro del mundo». Naturalmente, hemos de amar de todo corazón este mundo en el que vivimos, como decía un personaje de una novela de Dostoiewski: «Amad a toda la creación en su conjunto y en sus elementos, cada hoja, cada rayo, los animales, las plantas. Y amando comprenderéis el misterio divino de las cosas. Y una vez comprendido acabaréis por amar el mundo entero con un amor universal».
San Justino afirmaba: «Todas las cosas noblemente humanas nos pertenecen». Y desde las entrañas del mundo —en medio del trabajo, de la familia, del ambiente social— seremos precursores preparando los caminos de la salvación que viene de Dios. Con el ejemplo y la palabra «sacudiremos la pereza de los que nos rodean, les abriremos amplios horizontes ante su existencia egoísta y aburguesada, les complicaremos la vida, haciendo que se olviden de sí mismos y los llevaremos a la alegría y a la paz», tal como san Josemaría Escrivá describió el trabajo apostólico de los cristianos en medio del mundo.