Hoy, ante la acusación de los fariseos, Jesús explica el sentido correcto del descanso sabático, invocando un ejemplo del Antiguo Testamento (cf. Dt 23,26): «¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, (...), y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?» (Lc 6,3-4).
La conducta de David anticipó la doctrina que Cristo enseña en este pasaje. Ya en el Antiguo Testamento, Dios había establecido un orden en los preceptos de la Ley, de modo que los de menor rango ceden ante los principales.
A la luz de esto, se explica que un precepto ceremonial (como el que comentamos) cediese ante un precepto de ley natural. Igualmente, el precepto del sábado no está por encima de las necesidades elementales de subsistencia.
En este pasaje, Cristo enseña cuál era el sentido de la institución divina del sábado: Dios lo había instituido en bien del hombre, para que pudiera descansar y dedicarse con paz y alegría al culto divino. La interpretación de los fariseos había convertido este día en ocasión de angustia y preocupación a causa de la multitud de prescripciones y prohibiciones.
El sábado había sido hecho no sólo para que el hombre descansara, sino también para que diera gloria a Dios: éste es el auténtico sentido de la expresión «el sábado fue hecho para el hombre» (Mc 2,27).
Además, al declararse “señor del sábado” (cf. Lc 6,5), manifiesta abiertamente que Él es el mismo Dios que dio el precepto al pueblo de Israel, afirmando así su divinidad y su poder universal. Por esta razón, puede establecer otras leyes, igual que Yahvé en el Antiguo Testamento. Jesús bien puede llamarse “señor del sábado”, porque es Dios.
Pidámosle ayuda a la Virgen para creer y entender que el sábado pertenece a Dios y es un modo —adaptado a la naturaleza humana— de rendir gloria y honor al Todopoderoso. Como ha escrito San Juan Pablo II, «el descanso es una cosa “sagrada”» y ocasión para «tomar conciencia de que todo es obra de Dios».